Consumismo v.s. navidad

Una de las cosas más genuinas del sistema capitalista es el hecho de convertir todo en mercancía; desde el cuerpo humano hasta el agua, desde el matrimonio hasta los estudios y desde la comida hasta las fiestas populares.

Las marcas secuestran lo cotidiano: las autopistas, las fachadas de los edificios y las pantallas de los televisores mediante la transmisión de pautas publicitarias durante la programación de telenovelas o comiquitas infantiles para idiotizar o entretener a los adultos y a sus hijos.

La Navidad no se escapa de tal mercantilización. No está de más pintar nuestras viviendas en el mes de diciembre o forrar las puertas de las oficinas con papeles dorados y sus respectivos lazos o accesorios a la orden de la moda dictaminada por las tiendas de los centros comerciales que se abarrotan de adictos consumidores en estos tiempos de proceso socialista.

La Navidad cristiana, por lo menos la del Evangelio, está muy lejos de todo este tipo de expresiones que dejan a un lado el compartir en familia por el gasto en cosas meramente superfluas.

La Navidad es el recuerdo o la praxis de profundizar en la memoria colectiva, el nacimiento de Jesús de Nazaret en aquel pesebre cercano a Belén, en la Palestina dominada por el imperio romano. Y Jesús nació en una cama de paja adornada con las estrellas nocturnas y perfumada por la bosta del ganado.

María y José  representan a esos desplazados de las guerras y de los conflictos y más aún son esos perseguidos a causa de creer en un mundo más justo y libre de hambre. Ni María ni José andaban repletos de oro y de trajes costosos como los que visten estatuas o imágenes en el culto o en las procesiones religiosas.

La Navidad no es tiempo de paz ni de tranquilidad y mucho menos de frases cursis o estereotipadas impresas en las repetitivas tarjetas. La navidad es el tiempo para recordar que Jesús vino a este mundo para descubrir la injusticia y la explotación y para denunciar a los ricos y poderosos y también a quienes le hacen el juego a esos.

Si Jesús hubiese venido a congraciarse con los ricos o a repartir complacencias a los poderosos no lo hubiesen asesinado los mismos mercaderes del templo de Jerusalén, los cuales son predecesores de quienes hoy comercializan el desvirtuado sentido de la navidad.

El año tiene 365 días para hacer obsequios y para reconciliarnos con quienes nos han ofendido o con quienes no han cedido ante nuestros caprichos o mañas personales.

¿De qué sirve a una empresa o institución dar dádivas en la navidad o el día del trabajador si durante el resto del año su paga son explotación o humillación? ¿Será que a Jesús le agradan las velas y los inciensos de quienes maltratan a los empleados de las fábricas o negocios?

La pizza, la hamburguesa, el arroz chino-californiano, los tamales y la hallaca venezolana son expresión no sólo de sabor diverso; son recetas elaboradas a base de sobras, típicas de la gastronomía de los hogares pobres y de los obreros del mundo, expertos en reciclar comidas ante las crisis y las coyunturas.

La Navidad debe ser tiempo para repotenciar ideas de cambio y de transformación y sobre todo para no defraudar el mensaje y la praxis política de Jesús, orientadas clara y valientemente a la opción preferencial por los pobres. La navidad es caer en cuenta que el Dios de Jesucristo no es imparcial ni guabinoso; es el Dios de quienes han estado al reverso de la historia.

No negamos lo bonito de los cantos y de las parrandas y lo sabroso de la gastronomía decembrina y mucho menos el aporte patrimonial de las costumbres navideñas a la identidad nacional y cultural; pero advertimos sobre el secuestro y la tergiversación de la Navidad ejercida por el consumismo.

maximo8a1974@hotmail.com